Sheinbaum. Una sonrisa que la delata

Sheinbaum. Una sonrisa que la delata

Sheinbaum. Una sonrisa que la delata

El Jicote. Por: Edmundo González Llaca

El poder y el dinero todo lo pervierten. De su brillo deslumbrante y de sus columnas doradas no se salva ni la risa, a tal punto que se ha convertido en la tarjeta de presentación de los candidatos en las elecciones. En este texto haremos un análisis del mascarón sonriente de la Señora Sheinbaum. Antes de abordar este aspecto concreto, sigamos rizando el rizo ¿Por qué la risa se ha convertido en un arma de propaganda?

Ya Aristóteles afirmaba: “Sonreír significa aprobar, aceptar, facilitar. Entonces habrá una sonrisa para aprobar el mundo que quiere ofrecerte lo mejor”. Es la risa el mejor testimonio de que el ser humano es una unidad en la que se encuentran relacionados e interdependientes el cuerpo, el intelecto y las emociones. La risa nos demuestra que las acciones que suceden en nuestra materia: músculos, carne y otras sustancias concretas, repercuten en nuestros pensamientos y sentimientos. También al revés, las emociones y reflexiones intangibles, trascienden a la pasta palpable del cuerpo. La autonomía es una palabra que no existe en el catálogo de nuestro ser.

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La risa es libertad, espontaneidad; emoción liberadora, la risa es simpatía al prójimo; es jovialidad; tolerancia; amistad. Es de alguna manera ofrecer y aceptar con autenticidad. Es naturalidad, vitalidad y concordia. delata, delata, delata, delata, delata, delata

Por todo ello, sí hay múltiples razones para considerar que la risa es algo importante en la lucha y conservación del poder, por ser expresión motriz clara y concreta de expansión, de de que los seres humanos sacan hacia fuera y de lo que traen dentro. Esta importancia en la política, como la culminación de la relación humana,  no solamente demanda la posibilidad sino la responsabilidad de hacer la crítica de esta arma en las elecciones.

La constitución física de la Señora Sheinbaum es ectoforma, delgada; reñida con las  redondeces. Su rostro está sostenido por dos tendones, que le saltan colosales en cuanto habla.  Todo esto deriva, lógicamente, en una risa tensa, rígida, almidonada; una especie de sonrisa de maniquí. No hacemos una evaluación estética, bien sabemos que en gustos se rompen géneros. Analizamos el envase y las consecuencias en la expresión, que repercuten en su imagen propagandística poco persuasiva.

 La risa de la Señora Sheinbaum, es más estudiada que la risa de un Santa Claus en un aparador: ¡Jo! ¡Jo! ¡Jo! No es una risa franca, abierta; es una sonrisa tan forzada, como la falda que usó con la estampa de la Virgen de Guadalupe. Como sus encías son demasiado grandes y poco atractivas, procura abrir la boca solamente para enseñar los dientes. Su risa no luce genuina, es una sonrisa para la fotografía o para el anuncio de la pasta dentífrica. No parece haber una liga puntual, entre una alegría que se tiene por dentro, con su gesto que muestra.

La he visto caminar en medio de mentadas de madre y abucheos y ella permanece con un rostro anodino y la misma risa coagulada, No refleja control personal sino el rictus de la hipocresía. No es una sonrisa que contagie, de oreja a oreja, con pequeñas convulsiones; de algo espontáneo, ingobernable. Es una sonrisa, artificial, más de incomodidad que de felicidad. En síntesis, una mueca que no tiene nada que ver con lo que siente interiormente.

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Y es que el discurso de la Señora Sheinbaum, no es de ella, sino la copia, en ocasiones hasta el sonsonete, de López Obrador. Su risa es la imagen de la dependencia, la subordinación de alguien que está afuera y la manipula como marioneta. Su sonrisa la delata.

Este artículo es una crítica respetuosa, aunque quisiera que también fuera asumido como una sugerencia. En el momento en el que la Señora Sheinbaum, sea ella misma, con la expresión que mejor le sale: la determinante y autoritaria. Entonces, sonreirá en forma creíble y persuasiva; garantía de un  proyecto personal.

Obviamente ni siquiera imaginamos que se divorcie de la narrativa de López Obrador, pero sí que marque sus matices y hasta sus diferencias. A un físico rígido, a un temperamento agazapado, a una personalidad mimetizada y a un discurso clonado, corresponde una sonrisa fría, calculadora; triste, lamentable, de pejeajena, que esconde a una candidata desconocida. No digna de confianza ni para recibir un voto.

 

 

 

 

Edmundo-Álvarez-Llaca

 

El Jicote, por Edmundo González Llaca.

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